Nací en Jódar, entre Bedmar y
Úbeda. Y abrí por primera vez los ojos en el barrio de Vista Alegre, estampado
de olivares y atochales abiertos a innumerables sendas, barrancos pedregosos,
serrezuelas calvas con cuevas y cortijos de floríferos almendros; allí bebí en
los pechos agridulces de mi madre. Sin embargo, me crié en la calle el Cura, en
la casona de mis abuelos, leyendo en soledad, antes de los nueve años, las
novelas de cordel que mi abuela Rosalía depositaba en recónditas cámaras tras
leer a sus hijas.
Pero, un buen día, mi
adolescencia despuntó en la capital de Sierra Morena, o sea, Linares, entre
tocas blancas, palmerales y bidones de agua, que utilizaba en aquel entonces
como cojines de apoyo para leer furtivamente Genoveva de Bravante, los
clásicos ingleses o La vida sale al encuentro, menudo cóctel, mientras
la brisa de los arces dibujaba mi cara sin alevosía, y yo inventaba mis propias
historias.
Después vendrían los años de
verdadero aprendizaje y especialización en las universidades de Jaén y Granada;
de apasionada docencia, en Ronda, y en la E.A. José Nogué de Jaén, mi actual
destino.
Amo la literatura en todas sus
vertientes y manifestaciones, pero me apasiona la poesía, porque solo ella
puede desnudar el alma, a lo que aspiran mis versos, que están en marcha,
aunque algunos ya forman parte de preciosas antologías. De lo publicado,
subrayaría Poemario, por su nitidez expresiva, y En el corazón de los
besos, del que destacaría su simetría y hondo ritmo amoroso.
Y mi voz poética aspira a ser
danza para flotar en la belleza de la brisa de la tarde y ver el mundo con el
ojo interior y transformador del alma.
TRAS SORAYA
¡Qué tiempo el
tiempo! ¿Se fue con el niño Dios huyendo?
¡Y quién pudiera ser siempre lo que fue con lo
primero!
Juan Ramón
Jiménez.
Cuando
los párpados fríos se lleven
el
calor y la esperanza,
cuando
la noche dibuje
sus
alacranes de plata,
cuando
el universo cierre
sus
ojos al alba,
cuando
el silencio inunde
el
alma dentro de la nada,
haré
un pacto con la lluvia,
para
buscar
mis
palabras
más
limpias
en
el betún de los recuerdos,
y
ser la muchacha
que
fui
bajo
el paraguas azul
siempre
vivo
de
mi madre.
ÍNTIMO SOLLOZO
Todo lo olvido,
porque soy sólo corazón.
Amado Nervo.
A
veces queremos cerrar un libro de amor
con
todas sus páginas,
pero
sentimos el álgido frío
del
fuego devorándonos las entrañas,
y
el miedo a nuestro propio olvido.
A
veces nos invade la osada esperanza
cuando
el amor se guarda en las alacenas
de
los sueños inmensos como el alba,
y
se queda solo con nosotros
su
ardiente soledad estremecida.
Recordar
es vivir y morir a un tiempo
en
los besos dados,
o
en los que nunca llegaron a nacer,
a
pesar de ser
con
aspereza olvidados.
Los espejos violetas
de la penumbra
ebrios
y ciegos de luz
nos
invaden…
Y
no saber
a
ciencia cierta
por
qué nos quedamos desnudos,
sin
palabras de aliento,
con
la verdad del Amor
en
tu boca.
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