NURIA RUIZ FDEZ. 13 febrero 1968. Algeciras.
Escritora, periodista digital, gestora cultural. Correctora de textos. Tutora
taller escritura a nivel nacional en el Desván de las Letras y directora en
Palabreando taller de escritura creativa. Articulista de Onda Cero durante 10
años. Actualmente colaboradora de Canal Sur radio C.G. Miembro de ACE.
Directora revista HÉRCULES CULTURAL. Secretaria del Ateneo José Román de
Algeciras. Miembro de la sección VI de Literatura y periodismo del Inst.
Estudios C.G. Medalla de oro San Isidoro de Sevilla por la Unión Nacional de
Escritores. Miembro grupo literario Infusiónate. Embajadora de la palabra por
la Fundación César Egido Serrano de Madrid. Libros publicados: "EL MAR DE
MIS RECUERDOS", "AMOR", “BITÁCORA DE UN VIAJE A TÁNGER”, “DOS
PUNTOS SUSPENSIVOS” y “HOMBRES”. Ha sido ganadora de 11 premios literarios que
abarca poesía, relato y micro desde 2010.
MARÍA
Ese día se le partió el corazón.
Trocitos de astillas se le clavaron
en el estómago, en la garganta,
en los ojos, como puntas
de estrellas incandescentes.
Aquel portazo retumbó en sus oídos
como cascos de caballos
pisoteando su cabeza.
Desempolvó entonces una lluvia de lágrimas
que olían a culpa, que sabían a miedos,
que cumplían años ocultos en los silencios.
El rímel, como sombras chinescas,
pintorrajeó sus mejillas.
Ese día, se le inundó de pena los pulmones
y le brotó un grito, como una enredadera
de absenta, que le arañó los labios desiertos
de besos, pero nadie la escuchó.
Desde ese momento, la mirada de María
parece una casa abandonada,
una cuna vacía, una puerta sin llave.
Aun la espera asomada a la ventana,
y cuando vuelva
se arrancará con los dientes,
una a una, aquellas astillas clavadas,
resecas, encostradas,
que le impiden llorar.
María, con un rosario entre sus dedos,
con la vista perdida en el infinito de la
carretera,
con su pena envuelta de súplicas silentes,
espera, con canas en las pestañas,
que antes de inspirar el último aliento,
vuelva la hija que dejó marchar
sin besarle la frente.
María sabe ...
TACONES
LEJANOS
La Tacones sube los escalones de dos en dos,
su cintura se cimbra al andar
como una Venus sobre su concha
y un aroma a mandarina amarga,
se queda impregnado en el ambiente,
hasta que ella desaparece calle abajo.
Desde los balcones, los vecinos sólo ven
piernas como rascacielos y
labios como fresones recién cortados.
Lo demás queda relegado a un segundo plano,
como si no existiera,
como si esas piernas y esos labios
tuvieran vida propia.
Nunca nadie la miró a los ojos.
Cuando se cruza con las vecinas,
agacha la cabeza, fija la mirada en la punta de sus zapatos,
agarra torpemente su pequeño bolso de mano,
saluda con un movimiento de cabeza
y un silencio contenido.
Algunos vecinos huelen su presencia y la siguen,
- con ojos de sapo y lengua como de cola de
bacalao -
hasta perderse en el horizonte.
Nunca nadie la miró a los ojos de pupilas
glaucopis,
ni a nadie le importó su nombre,
ni nadie descubrió un sinfín de eternidades
encerradas en su mirada de náufrago.
Tacones Lejanos la llaman
los chiquillos en el patio,
y ella - que en el otoño de su vida
ha encontrado primavera -
los escucha murmurar, con una sonrisa
como si se le escurriera de la cara.
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