Treinta y siete grados
Dicen que los veranos son calientes,
que el deseo se posa en la piel.
Mi memoria viaja y se instala
en la luz azul plata,
en la transparencia estival
y como un perfume,
me regala energía, vitalidad.
Pero sé,
que los atardeceres de otoño
los salpica el fuego,
encienden mi leña,
ardo en tu recuerdo,
me visten de amor por dentro.
Me regalan primaveras,
antes de tiempo.
La prisa en pausa
Absorta, con la mirada
puesta en un planeta desconocido,
recibo tu llamada.
Captando la señal indulgente,
de soplos fugaces que producen
involuntarias ganas de volver a ser,
electricidad, mientras mirabas.
Mis latidos llevan tu ritmo,
vertiginoso y prohibido,
ubicados en aquella esquina,
la que fue un sofá descolorido
de terciopelo gris aburrido.
Donde se clavaban miradas
de cera derretida,
sensaciones y secuencias,
negativos de nuestra vida,
tomas falsas favoritas.
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