Soy en un día de lluvia, cuando me precipito lento mascarón
de proa por las aceras inundadas de esta ciudad buscadora incansable de
palabras rotas… todos los demás soy presa del silencio que sucede a los
naufragios en ese instante preciso en que los restos dejaron de golpear contra
las rocas y yacen desperdigados por las orillas grises del invierno. Inmersa en
el vértice caliginoso de la ancestral pugna entre Bóreas y Céfiro, el corazón
siempre a la deriva de estas esquivas veletas tan al sur del sur de la
esperanza bajo las profundas aguas del Leteo.
A lo largo de este viaje por inciertas estaciones de paso he
aprendido que nada escapa a los hados y que los malditos nacemos necesariamente
en invierno, llevando su anatema por siempre cosido en los huesos con puntadas
terribles de miedo, ese miedo sempiterno a ser, a vernos las alas, a levantar
un sueño del suelo y morir cegados por el sol.
Soy una lenta sucesión de eneros y octubres sin destejer
jamás la trama de unos días en los que se entremezclan mis extraños puntos
cardinales, vida, amor y muerte,
intrincada tríada de este aprendizaje continuo por las aguas del tiempo y la
secreta Castalia.
De puntillas sobre el precipicio encendido del ocaso aguardo
los vientos húmedos que anuncien tormenta… la mirada perdida
en el horizonte y la pluma siempre en la mano.
Porque
contigo siempre existe el momento perfecto…
ese instante
místico en que las musas me sonríen,
escalan el
vértice imposible de mis labios,
se enroscan,
gatos maullantes de palabras, a mi
pluma,
dibujan
mapamundis bajo mis pestañas…
y me hacen
promesas de amor eterno a cambio de cuatro versos…
de una
cuartilla amarilleante, de negra alma y tinta blanca,
donde
palpite, para siempre, un pedazo de tu corazón…
Y tú, con tu
sangre palpitante, con tus manos sin miedo,
con toda la
quietud de la noche,
te inmolas
en el ara sacrosanta de mi tálamo…
tatuando
constelaciones bajo la piel incandescente,
labrando
surcos en las sombras de mi pelo,
vagando sin
rumbo por la secreta geografía de mi memoria,
escribiendo,
con besos, el panegírico de mis labios,
elevando,
silente, la elegía del día infinito que se va,
de los
versos que jamás volvieron, de la palabra nunca encontrada,
de las
letras esquivas… las mismas que me repiten,
desde los
laberintos del tiempo, los ecos que dicen siempre…
y profecías
imposibles que sólo la sibila conoce.
El mundo se deshace en una coreografía de
sueños…
Y, mientras
las musas devoran tu lento corazón en mis versos,
tú y yo nos
entregamos a la luz esquiva del ocaso,
al placer
sempiterno de las sombras, al vino oscuro de la tierra…
delectándonos,
en secreto, de estos pequeños momentos
en que, sin
que el mundo lo sepa,
tú y yo,
rozamos lo perfecto.
15
de octubre
Cuando
apenas falten cinco minutos para las cinco y media
el mundo
volverá a precipitarse en turbas oleadas de sombras
sobre
nosotros...
Atrás
quedarán los días azules, las hojas a medio escribir,
a medias la
vida que construimos en sueños.
Cercenado,
entre las manos, el corazón
desgarrado
en dos hemisferios condenados a olvidarse,
el limbo
imperfecto de la memoria,
la tormenta
fraguada en su cénit sin cielo,
a medio
segundo entre tu vida y mi muerte.
Apenas
faltarán unos minutos para no volver a verme,
para
perderme en todos tus espejos,
para borrar
las huellas de este camino que jamás transitamos
y no ser más
que agonía a manos llenas.
Eternizados
cinco minutos para las cinco y media...
hierática
sonrisa reescrita a endecalogía de tristeza.
Demasiado
tarde para mis ángeles caídos.
La esperanza hace tiempo que se diluyó al fondo de la
miseria.
El segundero
suspendido sobre los labios
indeciso en
arrastrarnos consigo para siempre.
Y torpemente
el mundo se reiniciará como cada octubre,
cada quince
en sombras, otro sábado más y no hay lluvia...
pero
forjaremos tormentas entre las manos
y lentamente
me iré arrancando
con la
parsimonia del que ya nada espera
jirones de
Muerte del corazón,
férrea
prisión entre mis dedos
para irla
arrastrando por el mundo
cuantas
vueltas de reloj nos queden a los dos
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