Nací hace algo menos de
cuarenta años en San Claudio, una aldea de A Coruña, infinitamente hermosa. Soy
profesora de Lengua Castellana y Literatura en un instituto de secundaria. Me
gusta escribir. Escribo a veces. Viajo también. Hago teatro, en clase y en los
escenarios que permiten que me siga creciendo la vida. Nuestro grupo se llama
Posteatro. Otras veces organizo cenas poéticas, fiestas con poemas y similares.
Me encanta leer. Soy madre. Estoy enamorada. La vida también me gusta bastante.
A ella le estoy profundamente agradecida.
Del
treinta y cuatro.
Mi
madre, con el tiempo, ha empezado a usar un treinta y cuatro.
Antes
calzaba el cinco.
Sus
pasos son pequeños, como sus pies,
así
que debe dar muchos antes de recorrer los caminos
que,
nosotras, recorremos con menos.
Y así
los da, prudente,
sorteando
sus obstáculos
y
despidiéndose de grandes intimidades en virtud de la serenidad,
porque
no duelan los zapatos.
Por
eso me quiso comprar unos zapatos del cuatro,
para
ver si me cabían y reanudaba la vida lenta,
sin
tanto amor y dolor, sin tanto de todo,
pero
resulta que ese número a mí me aprieta
y hace
que chille y me duela la cabeza.
Así
que hemos decidido no regalarnos más zapatos,
caminar
algunos caminos cercanos
y en
las encrucijadas abrazarnos,
cada
una
con su
paso.
Renacer
en tres movimientos
I
movimiento:
Albergo tu miedo en mi pecho y te recoges de besos.
Que el
aire avance por nuestros pasadizos, sople y limpie;
arrastre
cenizas desconocidas que se aferran como escamas a las venas de las piernas
y sea
el aire el que refresque;
clame
con vocales vibrantes cada túnel, cada vértice.
Fuera,
en bocanadas de humo negro, el que antes de nacer ya sabe, la espera:
nuestra
energía de arrojarlo fuera.
Y al
tiempo, quede por un tiempo breve, leve, todo rehecho y por hacer.
Nada
aprendido cesó en su movimiento.
II
movimiento:
Y se
libreran de besos tus miedos, mis miedos,
con
aires de aguas claras e invertebradas,
más
traslúcidas que transparentes.
Nadie
diría que transportan las motas que han quedado de la última muerte del alma, hecha nada,
al
enjuagarnos tibias de parto.
Cada
dos de nosotros en sus dos claros.
Y
arrojen, venteados, en su camino hacia la boca llena, vapor ardiente entre los
dientes, vaciándose de cada arteria.
III
movimiento:
Y la
vida nos viva, mi amor. Nos viva sin ser. Sin estar. Sin pensar
Y
arrolle cada órgano y por nadie la
vendas.
Morirnos
ni de vida, morirnos ni por ti, morirte ni de amor, vivirte hasta por pena,
hasta por la sombra que no es con ella.
Y que
la vida nos viva, nos retuerza, nos revuelva, nos dance, nos pierda, nos guíe
nos arrolle, nos sacuda y nos mueva, y nos muera si nos ha de morir...
por si
no le quedaba espacio donde vivirse de nuevo...
Aire
de vida llena de estrella que sopla mi boca ausente de penas.
Nada
aprehendido fue bello.
Ternura en tu primer poema y en el segundo, esa forma tan especial de cómo explicas que el amor al fin y al cabo no es más que eso: miedos, alegrías, besos, silencios,espacios, sacudidas; un esperarse, un sustentarse en el otro...
ResponderEliminarY ya me callo Mon, porque soy de las que piensa que el mejor homenaje a un poema es el silencio tras su lectura. Así que...ssscchhhss