sábado, 22 de octubre de 2022

JULIA JIMÉNEZ

 



Julia, poeta y cantautora nace en Sevilla. Inició estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Hispalense. Desde hace ya más de veinticinco años residente en la ciudad de Algeciras. Miembro del Ateneo José Román de Algeciras, de la Unión Nacional de Escritores de España, de la Federación Andaluza de Ateneos y de otras entidades culturales, como el Grupo Literario Infusiónate, con el que colabora y aprende en la elaboración de Relatos.

Autora de tres poemarios en los que aborda temas como el paso del tiempo, el amor, la muerte, la vida en todas sus facetas múltiples y cambiantes. Se confiesa amante incondicional de la Poesía, hermana y madre a la que deja hacer en absoluta libertad. La autora conjuga poesía y música en composiciones sencillas que interpreta casi para sí misma. Ha participado en eventos poéticos en el Campo de Gibraltar y fuera de ella. Actualmente se encuentra inmersa en su cuarto poemario al que define como una continuación de los anteriores. Un intento más de contar lo vivido.

 

 

 CUANDO YA NO SEAMOS

 

Cuando tú y yo ya no seamos,

y los pétalos del verso que escribimos

se hayan deshilachado y esparcido,

reducidos sus aromas a hojarasca marchita

al pie de los caminos, bajo los grandes árboles,

presa de los alientos de la noche y sus esbirros,

y no quede ni un átomo de ellos, ningún

superviviente que cuente lo que fuimos,

tú y yo y nuestros nombres borrados

del libro de la vida por la mano siniestra

del olvido, aún perduraremos -yo lo ansío- en

los cuerpos de aquellos que nos sigan.

Puede que no seamos solo un lecho donde se

enseñorea la muerte. Que regresen, resucitados,

los ecos que ahora ocupan su lugar en el polvo.

Les visite el anhelo de volverse la palabra

que fueron, -al fresco de las sombras

en algún apacible merendero, sobre la blanca

hoja una cadencia musicada que se aloja, distinta,

un verso suelto, de aire, que impone su criterio,

un latido más breve, retornado desde la tierra

que lo acoge unido a otra cadencia, bombeando 

otra sangre igual de roja y viva.

La belleza lograda de unas gotas que sólo

eran bosquejos, la soledad gozada en parajes

insólitos, lejanos los azules y los verdes marítimos,

las notas de un piano que interpreta a Chopin,

volutas por la sala, las luces aún no prendidas,

la tarde comenzando a ser recuerdo,  la letanía

de unas voces, surcos prolongados descendentes sobre

la urdimbre fría del cristal que nos protege.

¡Que no seamos del todo de sombra y de ceniza!

¡Sentir donde la nada que habitemos

la mano que nos coja y nos devuelva!

¡Vueltos bajo la piel risueña de otros rostros!

¡Que lo que fue, pervive en el ahora de otros!

¡Que no somos del todo pasto para la herrumbre

y la guadaña!

 

 


CREPÚSCULO

 

Te recuerdo enajenado, enredado entre pigmentos candentes

de un crepúsculo bizarro que lo volvía todo llama viva,

tus ojos, eclipsados de la misma marea, de los mismos

anhelos voluptuosos, buscando la manera de volverte

tú mismo atardecida, tintes rojos de sangre y urgentes violetas

junto a una rara mezcla de matices enloquecidos, a la deriva.

Era la tarde un retroceso lento de las aguas,

un desfile de pasos despidiendo con adioses a la arena,

su cuerpo traspasado de rubores, soles cada partícula pequeña,

destellos atrapados agitando la mano en un gesto indolente.

Un callado silencio de gaviotas que surcaban el aire

por caminos ingrávidos. Caracolas deshabitadas en la orilla,

a compás de la espuma deshilvanada, vuelta eco. Olas

desalojadas de su furor de antes, apaciguadas por las fuerzas

templadas de los vientos. Sones interpretados al unísono,

bajo una misma mano sabedora de las notas y los acentos.

La piel y los adentros vueltos fuego, ascuas resucitadas,

revividas.  Una cantata regia, muchos cientos de voces

congregadas, tornando ineficaces, distraídas, las manillas

del tiempo. Y tú, sin regresar de donde estabas. Perdido en

la batalla de colores, púgiles entrenados, por consumir el cielo de los

azules serios. En la bella rapsodia, en la acuarela vívida

de trazos abundantes en sonrojos y en candelas, ya no mío,

ni de nadie, vuelto rosa de nube, rojo de témpera de los

pinceles góticos de antes, andando los caminos inefables

de un sol casi extinguido. 


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