En
la “Isla de León”, al sur del Sur, entre marismas y sal se encuentran mis
orígenes. El contacto con el mar, la luz
de la costa gaditana (San Fernando) han marcado mi forma de vida, la forma de
interpretarla y de acercarme a la naturaleza. Y con ella el ser humano, su
poliédrica forma de afrontar la realidad vital, sus emociones, frustraciones,
debilidades… la búsqueda de la normalización de la singularidad que nos
identifica a cada uno.
Mis primeros poemarios “Desde mi interior” y “Con otros vientos” aún sin editar, esperan durmientes su turno. En diciembre de 2019 salió editada mi primera obra “Tras una mirada, Poemas visuales” en la que ofrecía una experiencia sensorial. Naturaleza, imagen y palabra en una sencilla y a la vez compleja combinación invitaba a encontrarse con uno mismo a través de la luz, el aire, el agua, el sonido y el silencio. Una lucha entre la vida orgánica y la sintética.
EL LÍMITE DEL EQUILIBRIO
Hay algo escabroso
en la mirada que el espejo revela
emite reflejos hasta hoy ignorados,
fisuras de las que antes
no había tenido conciencia.
Siente peligrar el equilibrio.
Su profundidad desencadena un conflicto
—honda huella, duda, quebranto—
herida que lacera.
Angostura de un cortejo
entre obtusos muros
cuya convergencia atosiga cuerpo y mente
en un tiempo que ya parece dilatado.
Huella sin registro aparente
ni dolencia manifiesta que la delate
más que la sombra de unos yos inexistentes
que le precipita a vacíos exasperantes.
De nada sirve cubrir el espejo
su mirada no queda mitigada
infiltrada lo penetra,
—coloniza, intriga—
haciéndole sucumbir en la hondura del
silencio.
Marchito queda su regazo.
A cuántos ahogó.
Cuántos de su inquina fueron presos
cuántos se abandonaron a la deriva
por no hallar firme suelo o una mano tendida
al rescate de su estima.
Precipitados, cuántos perecieron,
entre tinieblas y espinas.
SECUENCIA DEL OLVIDO
Como cada domingo
me dispongo a apoderarme de la calle
ausente del vértigo cotidiano,
sobre la desnuda negrura del asfalto
—en tranquilo deambular—
me dirijo al rastro.
Atraído por el colapso de vidas segadas
por las garras del tiempo,
la esquiva fortuna,
o la frialdad de vínculos en liquidación de
afectos.
Me enredo descifrando el laberinto de vidas
rotas,
ensimismado en la cascada de objetos
—encadenada secuencia—
tal como una geometría de fractales.
Cada puesto un relato quebrado,
un fotograma de vidas deshilachadas
que destilan fragmentos craquelados
en cíclica
repetición.
Cansado de oscilar el péndulo del reloj
se citó con el retiro.
El cuco -ya sin energía- quebró su canto.
La vajilla mudó su distinguido reflejo
por la opacidad del polvo.
Los cubiertos matizaron su argéntico brillo
por un pavonado silente.
Con difuminados ocres la cristalería
—huérfana—
se afana en
establecer nuevos vínculos.
Me estremezco.
Los surcos cavilosos de mi frente
delatan mi consternación
por tantas historias asomadas al olvido.
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