Marisa Duque, madrileña, urbanita de calles de asfalto, decidió un acertado día vivir junto al océano, aquel horizonte azul de línea divisoria entre el aire y el agua le seducían desde siempre, resultando ser insuficiente para sólo disfrutarlo en período vacacional. Pero, anteriormente, sus pasos cosmopolitas le habían trazado otros singulares viajes residenciales a una geografía tan dispar, como es la tierra madre de Canadá, Italia, Alemania, Marruecos, Canarias y finalmente Andalucía.
Todo un bagaje de experiencia vital atesorada, que en muchos momentos, le han hecho dudar del amanecer que contemplaba, de la noche que deambulaba. Porque cuando el paisaje es tan variopinto la ubicación precisa se descoloca, y se llega a no saber en qué lecho se pernocta o en qué almohada se despierta, y si el tiempo es de un pasado frío o de un cálido presente.
En este enriquecimiento personal de experiencias adquiridas junto a la amalgama del aprendizaje de lenguas, a veces, su actitud nos sorprende, sus palabras encierran esa idiosincrasia lingüística de cada lugar vivido, y el acento de su voz nos despista. Así es ella, apasionada, un perfil inquieto, que se rebela ante lo establecido, nómada y náufraga en las rutas de la vida, sin perder su identidad.
PICTOGRAMA
Dame tu verbo, impredecible,
sin códigos.
Esbózame el deseo
sin sombras,
en un pictograma visible.
Mientras mi mirada implacable
sin atisbos,
desdibuja tu cuerpo
sin grietas,
en un amanecer silente.
MARISA DUQUE
VÉRTICE
Desgrana mi carne, no dudes,
como huella de arena
que se esparce en el desierto.
Antes, quema mi piel
como ascua de tea
que se calcina en el fuego.
Hazme telúrica, sin preámbulos,
para después, voraz,
culminar en mi vértice.
MARISA DUQUE
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