miércoles, 2 de noviembre de 2016

EDUARDO SAENZ DE VARONA



Un Bilbao todavía lleno de astilleros y con casas grises por el humo vio nacer a este sevillano por expreso deseo familiar.
Pero la estancia de aquél niño sevillano en su Bilbao de nacimiento duró un mes escaso. Luego el olor del azahar de Sevilla llenó su infancia.
Y un Madrid donde los “grises” perseguían a los estudiantes rebeldes con el establishment inundó su etapa universitaria.
Ya entonces el chaval estudiante frecuentaba el Café Gijón y las tertulias literarias madrileñas.
Aquél estudiante de Derecho y Empresariales tenía una apasionada afición a escribir poemas en verso libre donde expresar sus sentimientos más íntimos.
Leyó a todos los poetas, tanto clásicos como modernos, pero siempre guardó en su corazón aquel libro de un poeta andaluz llamado Federico García Lorca que, en su infancia, se ocultaba en la biblioteca familiar.
La luna bajó a la fragua con su polizón de nardos.

El niño la mira, mira,
El niño la está mirando…


Y pasó el tiempo y la vida le llevó a una Universidad de California donde aprendió lo que es la libertad.
Y más tarde, también la vida le condujo a esa costa gaditana-malagueña con las dos columnas de Hércules siempre enfrente de su casa: el monte Calpe (Gibraltar) y el monte Abyla (África).
Y el Campo de Gibraltar cautivó su corazón y modeló su vida.
El Parque de los Alcornocales y el Estrecho de Gibraltar siempre presentes en su vida y en su poesía.

Pero la Oda XI de Horacio a Leuconia seguía siendo la luz que le iluminaba en la vida: Carpe diem quam minimum credula postero (aprovecha el día de hoy porque no sabemos si llegará el mañana)  



EL EXTRANJERO

¿ A quién quieres extraordinario
extranjero ?
Quiero a las nubes...a las nubes
que pasan...
( C. Baudelaire )

A lo lejos queda la ciudad tecnificada y fría.
Esta tarde estás buscando el calor de la vida,
por eso has ido hacia el lugar que sabemos,
por eso has dejado atrás tantas cosas.
Vas con tu bicicleta.
Es el último estertor de un agonizante que se resiste.
A un lado y a otro del sendero se levantan las chumberas.
El sol quiere quemar el polvo del camino,
pero sus rayos, demasiado débiles,
se reflejan en los resecos arbustos.
Estás con la mirada fija en el horizonte.
A la derecha, el mar pugna por entrar en los viñedos.
A la izquierda, los altos pinos dan sombra a aquellas
piedras
siempre tristes.
El canto de la chicharra está a punto de cesar.
Te has detenido, has dejado abandonada la bicicleta
y te has puesto a mirar la mar.
Sin saber por qué, se agolpan los versos del poeta,
El mar
 sonríe a lo lejos.
Dientes de espuma,
labios de cielo.
¿Qué vendes, oh joven turbia
con los senos al aire?
Vendo, señor, el agua
de los mares.


...


¡ Amarga mucho el agua
de los mares !
Y de pronto la chicharra ha enmudecido 
y has caminado hacia el mar.



LOS GATOS ORIENTALES


¿Por qué - me preguntas - existe esta angustia
que me agobia?
Es que la vida - te explico - va dejando su poso,
A veces demasiado áspero, y no podemos apartarlo.
Y te cuento historias tristes de vidas también agobiadas
y otras historias lejanas, fantásticas,
para hacerte olvidar esa pena que hiere.
Yo sé,  pienso, que sientes que tu vida
está quebrada y marchita.
Es que se rompieron demasiado pronto tus ilusiones
y no supiste reunir los pedazos.
Estuviste buscándolos mucho tiempo inútilmente,
porque ya no existían.
Estabas cansado de buscar,
Cuando, en silencio, recogiste los últimos trozos
y trataste de reconstruir el rompecabezas de tu vida.
¿Por qué esta angustia?
Y te vuelvo a narrar esas historias orientales:
los chinos ven la hora en los ojos de los gatos...
Pareces reflexionar la contestación a tu insistente pregunta:
la respuesta está en la vida.
Y es entonces cuando me he acercado a la ventana
y he visto jugar a los niños entre risas.
Te he llamado y he creído ver volar
una chispa de esperanza en tu mirada.

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