jueves, 3 de noviembre de 2016

LUIS ÁNGEL RUIZ HERRERO


Nació en Palencia, en un pequeño pueblecito llamado Alba de Cerrato. Maestro, con 24 años se afincó en Sevilla donde aprobó las oposiciones  y comenzó a trabajar durante veinticinco años. Ahora vive en Lucena, trabaja en Cabra y respira en Priego.

Su niñez, adolescencia y juventud fueron castellanas; su madurez es andaluza.

 Ama la escuela, la literatura, la lectura…, los paisajes de Andalucía. Pasear. Escribir. Enseñar. Busca en la escritura, la poesía o la narrativa, una forma de ser libre, una exploración para el conocimiento de sí mismo, de la palabra, de las emociones,  intentando siempre, como dijo Jorge Guillén, llevar  la palabra más allá de toda lógica… ¡Para encontrar alguna lógica en el mundo emocional del ser humano!


Tiene publicados varios libros, qué importa cuántos y qué importa el nombre. Actualmente es miembro de la asociación Naufragio y colabora con su revista Saigón, de Lucena y Cabra, y  de la Asociación Amigos de la Biblioteca de Priego, por lo que aparecen poemas suyos en la Ballesta de Papel, revista de Priego de Córdoba.

ASESINATO  EN UN HOTEL

La noche de su voz quedó desnuda,
rota por el alfanje de un paraguas;
sus ojos apacibles se quedaron
como tarros de miel en la nostalgia.

El ala rompió la noche. La noche.
La noche acuchilló la madrugada.
La madrugada fue un reclinatorio
donde los pétalos rezaron solos.

Por el pretil gravoso de las alas
entraron los murciélagos del crimen
y el ala gutural de su garganta
se atravesó en la sangre de sus venas.
Las hormigas templadas de sus glóbulos
exploraron sus besos, por las sábanas,
hasta enfriar sus manos indefensas.

El ala se rompió en la noche. Quién
abrió el arpón de la sevicia. Quién
cerró la cremallera de la vida.
¿Quién desdibujó la voz? La voz. Quién
atornilló la luz hasta sangrarse
en la hemorragia anónima de un crimen.

Alguien gimió. Y todo fue ya siempre.



TEMPLO EN EL PUERTO DE SANTA MARÍA
Al Monasterio de la Victoria

Negra,  la piedra mira la escollera
de un tiempo sin piedad en cuya espalda
se cuece el abandono y la distancia
como si fuera sepia y tinta y lodo.

La iglesia tiene un aire de tristeza.

Quizás sea abadía, quizás templo
que un día el agua clara, desde el mar,
elevó cantos de sirena mágicas
y destellos de amor en sus paredes.

Piedra blanca escondida en la negrura,
piedra de arroz, arena de gargantas,
limpias gargantas que rezaron solas
un ocaso en la sal de las miradas,
sintiendo frente al mar, y bajo el cielo,
un dios que duerme en las ojivas nobles
de este incansable mar que nos respira
y de esta brisa afable que nos sueña.

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