sábado, 29 de octubre de 2016

SANTIAGO PABLO ROMERO



Mi Reseña más humana, la digo en versos…

Soy…

Soy la serpiente
Que sabe como danzas
Soy la silueta de tu cuerpo
Soy el velo que te ciñe
Soy el calor que deseas
Soy tu báculo de fuerza y arrogancia
Eres la música que gira
La bífida sapiencia
Reguero detrás de ti dejas
Desheredados diluidos a tu paso
Esputos de pecho envenenado
Soy el espía que temes
Soy el sabedor de tu secreto
El que te conoce el punto oscuro
El que sabe la combinación secreta de tu dislate
Insensata que dejaste al descubierto el arma
Talón seco en sagrado baño
Ha muerte de altiplanicie excelsa
Troyanos a mis pies, soy el corcel en tu vientre
Pereced por los restos, caed sobre la podredumbre
Vuestro excremento os asfixia
Soy el portador de la clave
El que sabe el color de tu alma.


Cuando Todo Termine, Cierra y Apaga La Luz…

Era noche estrellada
como todas
sí, aunque no las veamos, ahí están, estrellas son
relucientes, preñadas de irradiación
y fui a parar a un tugurio
de esos donde las volutas deambulan a sus anchas
el bourbon quema los gaznates añejos,
las piernas de los chicos, o no tanto
descuelgan por el enredado tul negro y rojizo
alegres en su seria vida, compungidos, ellos
se ofrecen a saciar tu sed
y sí, suena un blues, cómo no, un arañazo azul
al fondo, casi tras mil mesas llenas
con su algarabía silenciosa,
sabré negarme, me pregunto, y no sé responder
soy hembra prieta, sosegada, calma, avenida
ellos, discípulos de un dios sin tierra,
las puertas chirrían en sus goznes apretujados
los cuerpos rozan la estela de las estrellas oscuras
hay enanas blancas, agujeros negros,
cerveza derramada en un escote generoso
y sigue rimando el negro al fondo, aquel blues
no me dejes chica, sigue lloriqueando el viejo al dormirse
sueña con una enfermera de largas agujas
una especial, aquella que salva almas
el cuerpo lo sabe perdido
y qué hago aquí, en este antro, en este dantesco estadio
mordisqueo los peces de colores, al fondo
de un mar sin escape y lodos de ron
ahora recuerdo, entré porque sonaba una guitarra
justo al sentir la brisa de los molinos
caer de aquel escuálido rocinante a su caballero,
descabalgaba la última nota en clave de sol
mientras prendía fuego a su casa, bueno la del banquero
aquel de corbata rosa, y atiplada voz
que se engañaba a sí mismo, creyéndose de savia azul
pobre árbol que madera será.
Siento su mano pellizcar mi nalga derecha,
le miro, le dejo que palpe
apenas le quedan dos suspiros para mendigar perdón
entonces salgo, señalo al negro que acaricia sus cuerdas
mientras hago rugir mi grupa,
rechino sus gomas en sus narices para dejar huella
y con el olor a quemado sobre el hormigón
les dejo orden expresa
cuando todo termine, salid, cerrad y apagad la luz,
porque este infierno está acabado
y nada me detiene si no son tus labios, mordiendo
la espesa capa acarminada que se yergue en su comisura.




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