martes, 25 de octubre de 2016

JUAN EMILIO RIOS VERA



Soy, según me fue anunciado por una poetisa que vino de allende los mares, el chamán Yaraví que sirve de faro a los que andan penando en las sombras de la ignorancia y en la penumbra de la incultura.

He sido y seré pastor de poetas porque hay tanta gente descarriada que no sabe do camina.

Para otros soy el poeta de guardia que siempre está alerta de lo que pasa para poner el dedo en la llaga o la sal en la herida.

En definitiva soy el eterno buscador de maravillas que siempre está ojo avizor a todo tesoro oculto entre la basura, el abandono o el olvido, para restaurarlo al lugar que le corresponde.



Soy un poeta nada menos.



LA TRISTEZA DE LOS POETAS

                Me envuelve, como ayer,
                como siempre, con sus dedos invisibles
                la inefable tristeza de los poetas,
                esa atmósfera densa y caliente
                que participa ya de mi cuerpo
                y que hace de mi carne
                sus vaporosos muslos amarillos,
                sus descarnadas espaldas
                sin un sólo habitante,
                sólo yo con mi perenne melancolía
                a cuestas.
                Los poetas suelen estar tristes
                porque no encuentran la belleza
                con sus ojos físicos
                y se fabrican universos paralelos
                donde reinan la magia y la poesía.
                Los poetas somos espíritus
                desterrados del mundo platónico
                de las ideas, que no soportaron
                la fealdad de lo efímero,
                la burda copia de lo perfecto,
                el sucedáneo de lo intangible
                y anhelaron con nerviosas maletas
                sin sosiego el viaje de vuelta,
                definitivo.



LIMITO CON LA ZAFIEDAD

                                          a José Luis Sampedro

                   La capital de mi país
                   se llama Cultura
                   y todo el mapa político
                   de mis entrañas
                   está aún teñido de rojo
                   con la sangre de Lorca
                   tan eterna.
                   Las carreteras de mi carne
                   van siempre hacia el sur,
                   hacia un florido carmen
                   y no hay iglesias
                   en los pueblos de mi fe
                   sino bibliotecas abiertas.
                   La frontera de mi cuerpo
                   será la muerte,
                   pero no desembocan en el mar
                   los ríos de mi memoria
                   que nunca bajan vacíos,
                   sino preñados de poetas muertos
                   y versos arrojados a la hoguera
                   de la estulticia que siempre
                   parece quedarse con hambre.

      

1 comentario:

  1. NOS QUITAN LA NADA

    Hubo un tiempo que el hambre aporreaba nuestras puertas,
    las que no tenían la señal blanca de la opulencia. El aire
    de la miseria se filtraba hasta por los tejados de cañas, helechos
    y palmas para soportar la lluvia y el frio del invierno....
    Pero los nuestros lucharon contra ella; algunos la vencieron,
    otros dejaron su vida por ella, pero nos legaron su aroma.
    ¡Y sus ideas!....
    Pasaron muchas Lunas. Los puentes se plagaron de nostalgia
    y la vida nos devuelve hoy la misma cara; los mismos que
    enturbiaron nuestras mentes, nos mandan otra vez la pobreza.
    el hambre, la incultura… ¡otra vez la nada! Ya, ni la mente
    se acomoda, ni se ajusta. La luz, que nunca se apartó de
    nuestras sombras; la que nos alumbró y alumbra por las veredas y
    caminos donde dejaban sus huellas las ruedas de carros, pezuñas
    de bueyes, y cascos de caballos junto a pisadas de abarcas y
    botas agrestes.
    Hoy, por esas veredas de asfalto y ruido, contaminación y
    Putrefacción enfilan nuevos seres, cuya fuerza los mueve,
    que el corazón no entiende de fronteras ni nadie es capaz
    de dominar sus mentes si ellos están presentes.
    Y, ante la nada, sonríen con los dientes apretados mientras
    el corazón mueve sus brazos y deja fluir sus mentes
    envueltas en la esperanza, la que nunca se pierde,
    ya que es una flor insaciable tierna y floreciente.
    16/10/16
    Antonio Molina
    Un saludo

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