Gaditano de Tarifa, residente en San Fernando y nacido en el año cincuenta y siete.
Maestro jubilado de la enseñanza. Padre. Aficionado a la lectura y la escritura, producto de esto último los libros publicados hasta la fecha y autor de otros muchos escritos y poemas sin publicar, el último de ellos terminado y pendiente de imprimir y editar sobre literatura infantil y juvenil.
De mí se sabe por todas las antologías anteriores de los Poetas de Aquí y Ahora de una época que no es la actual de sequía intelectual, desmotivación o bloqueos temporales, sabe Dios, y por lo que participo con un poema rescatado del cajón y escrito en el diecinueve para hacerlo resucitar.
Ya lo dijo el político y escritor cubano José Martí: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro como forma quizás de pasar por este mundo dejando algo significativamente positivo o como acto de obligatorio cumplimiento con la humanidad ejerciendo el poder de crear, apostando por el medio ambiente o dejando constancia de la huella dejada por cada uno al paso por el planeta.
Por si acaso tuve dos hijos, planté más árboles que dedos tienen mis dos manos y escribí seis libros.
Hoy tengo una edad y sigo pensando en cómo aportar para no parecer desagradecido ante una vida que a veces parece que se nos presenta como un regalo demasiado grande.
Los besos del agua
A los amantes del mar y el ocaso
Se pierde la vereda de agua
allá donde el final se alza de blanco roto,
allí donde Melkar se defiende
de los tiempos de los hombres,
del dolor y el placer de las miradas
que no pueden dejar de serlas
porque al final de la vereda
la belleza triunfa sobre el paso del tiempo
y el amor se despide sin irse del todo.
Prendido en la retina de absortos paseantes
o en las almas deseosas de rincones amorosos,
gusta el forastero de ver la isla de los pájaros,
y a los inexpertos navegantes, clavar sus armas
en el vientre del caño pudoroso.
Se deleita al ver a las cometas sortear
la coronilla burbujeante de las olas
o a los veleros enlucir sus camisas blancas
en la mar enamorada del río que la besa
para unirse ambos en un abrazo de olas eternas
a los pies del castillo entre risas y sollozos.
Se desparrama la vista
por los colores de los kayaks curiosos
que se clavan a los pies de Melkart
o se encallan en las mieses blanquecinas
de la Punta del Boquerón.
Y las nubes reinciden con el aire jubiloso
y el sol sigue jugando a esconderse tras el castillo,
y los pájaros se aferran a sus rutinas vitales,
y las chalupas se quedan desnudas,
y las miradas de los humanos se siguen sonrojando
cual la visión de la figura del fenicio
al ver que la belleza sigue anidando
en la mente de los hombres
que saben mirar sin odio.
[Esquina suroeste del poblado de Sancti-Petri]
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