Salmo
Bienaventurados
los que confiesan sus cuitas a la tierra,
saben escucharla y acatan sus consejos.
Bienaventurados
los que creen en las revelaciones del viento
durante los plenilunios invernales.
Bienaventurados
los que siempre dudan,
y de tal incertidumbre sacan fuerzas
para seguir la tortuosa senda.
Bienaventurados
los que empatizan con el prójimo,
abandonando egoísmo y apatía,
porque hacerlo es una necesidad imperiosa.
Bienaventurados
los que no siguen a líder alguno,
no se cubren con bandera ninguna,
desoyen himnos patrióticos,
carecen de credos ideológicos,
escépticos en liturgias todas.
Bienaventurados
los no depredadores,
se alimentan del maná natural,
respetan, cuidan el entorno,
ayudan a los demás.
Bienaventurados
los que desdeñan modas,
publicidad y tendencias,
son sencillos sin pretenderlo,
auténtica y primigenia pureza.
Bienaventurados
los que nadan a contracorriente,
jamás reprochan nada a nadie,
muestran una sonrisa complaciente.
Bienaventurados
los que nunca callan ante una injusticia,
maltrato o mentira,
insobornables imparciales,
defensores ecuánimes.
Bienaventurados
los que estiman al silencio como motor interior
y conocen su fuerza reveladora y purificadora.
Bienaventurados
los que desconfían del pensamiento,
siguen la intuición y el corazón.
Bienaventurados
los que no buscan,
porque de ese modo encuentran,
los que no pretende ser algo,
porque así lo son todo,
los que no miran atrás,
avanzan sin más.
Porque de ellos es el Reino de la Vida.
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