viernes, 13 de septiembre de 2013

Mon Gómez Gómez



Nací hace algo menos de cuarenta años en San Claudio, una aldea de A Coruña, infinitamente hermosa. Soy profesora de Lengua Castellana y Literatura en un instituto de secundaria. Me gusta escribir. Escribo a veces. Viajo también. Hago teatro, en clase y en los escenarios que permiten que me siga creciendo la vida. Nuestro grupo se llama Posteatro. Otras veces organizo cenas poéticas, fiestas con poemas y similares. Me encanta leer. Soy madre. Estoy enamorada. La vida también me gusta bastante. A ella le estoy profundamente agradecida.
  

Del treinta y cuatro.


Mi madre, con el tiempo, ha empezado a usar un treinta y cuatro.
Antes calzaba el cinco.
Sus pasos son pequeños, como sus pies,
así que debe dar muchos antes de recorrer los caminos
que, nosotras, recorremos con menos.
Y así los da, prudente,
sorteando sus obstáculos
y despidiéndose de grandes intimidades en virtud de la serenidad,
porque no duelan los zapatos.

Por eso me quiso comprar unos zapatos del cuatro,
para ver si me cabían y reanudaba la vida lenta,
sin tanto amor y dolor, sin tanto de todo,
pero resulta que ese número a mí me aprieta
y hace que chille y me duela la cabeza.

Así que hemos decidido no regalarnos más zapatos,
caminar algunos caminos cercanos
y en las encrucijadas abrazarnos,
cada una
con su paso.

Renacer en tres movimientos

I movimiento:

Albergo tu miedo en mi pecho y te recoges de besos.
Que el aire avance por nuestros pasadizos, sople y limpie;
arrastre cenizas desconocidas que se aferran como escamas a las venas de las piernas
y sea el aire el que refresque;
clame con vocales vibrantes cada túnel, cada vértice.
Fuera, en bocanadas de humo negro, el que antes de nacer ya sabe, la espera:
nuestra energía de arrojarlo fuera.
Y al tiempo, quede por un tiempo breve, leve, todo rehecho y por hacer.
Nada aprendido cesó en su movimiento.

II movimiento:

Y se libreran de besos tus miedos, mis miedos,
con aires de aguas claras e invertebradas,
más traslúcidas que transparentes.
Nadie diría que transportan las motas que han quedado de la última muerte del alma, hecha nada,
al enjuagarnos tibias de parto.
Cada dos de nosotros en sus dos claros.
Y arrojen, venteados, en su camino hacia la boca llena, vapor ardiente entre los dientes, vaciándose de cada arteria.

III movimiento:

Y la vida nos viva, mi amor. Nos viva sin ser. Sin estar. Sin pensar
Y arrolle cada órgano  y por nadie la vendas.
Morirnos ni de vida, morirnos ni por ti, morirte ni de amor, vivirte hasta por pena, hasta por la sombra que no es con ella.
Y que la vida nos viva, nos retuerza, nos revuelva, nos dance, nos pierda, nos guíe  nos arrolle, nos sacuda y nos mueva, y nos muera si nos ha de morir...
por si no le quedaba espacio donde vivirse de nuevo...

Aire de vida llena de estrella que sopla mi boca ausente de penas.

Nada aprehendido fue bello.

1 comentario:

  1. Ternura en tu primer poema y en el segundo, esa forma tan especial de cómo explicas que el amor al fin y al cabo no es más que eso: miedos, alegrías, besos, silencios,espacios, sacudidas; un esperarse, un sustentarse en el otro...

    Y ya me callo Mon, porque soy de las que piensa que el mejor homenaje a un poema es el silencio tras su lectura. Así que...ssscchhhss

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