Supongo
que después de tantos encuentros como llevamos, la gran mayoría al menos, les
sonarán que nací en Tarifa pero resido en San Fernando desde hace muchos años.
También,
puede ser que les suene que fui maestro de educación especial y me jubilé de la
enseñanza para continuar -por “imperativo de la vida seguramente”- mi labor
cultural y educativa por el camino de la literatura, y que participé, y
participo, de eventos relacionados.
Quizás
y así mismo recuerden que me centré en la escritura y la lectura, los relatos,
los artículos, los ensayos, los aforismos, y como no, la poesía. Sí, la poesía.
Ese concepto pleno de contenido que muchas veces no se sabe para que sirve,
salvo para desenmascarar el contenido de nuestras entrañas y darlo a conocer
para sentirnos queridos, o recordados o sencillamente libres del “peso” de la
vida; pero que en realidad constituye per se un instrumento
extraordinario para mantener en forma el intelecto y en paz el espíritu de los
que la consumen.
Pero
lo que seguro que no saben es cual fue la semilla originaria.
Un
tío mío de Huelva apasionado de Juan Ramón J. y Zenobia C. responsable del
hermanamiento entre Moguer y Malgrat del Mar y muy religioso él, me respondió a
un epistolario que le envié con las siguientes palabras: “Querido José
Manuel: gracias por tus escritos. Con todo mi afecto y cariño te aconsejo que
no “entierres” tus talentos, según nos aconseja el Evangelio. Véncete a ti
mismo, escribe y lucha. Un abraco del tío Rafael.” A los pocos años, murió.
Desde
entonces “he parido” cuatro libros incluyendo el último, aún por presentar.
Dicho sea “Poemas entre ventanas y una carta inesperada”.
No
enterré “mis talentos”, sencillamente me dediqué a escarbar y afloró lo
aprovechable.
ELEGÍA
A PILAR PAZ PASAMAR
Pasada la media noche de un día de septiembre,
con la luna recostada y el aire soñoliento,
vuelven mis recuerdos al pasado luctuoso
e imagino en el centelleo nocturno del cielo,
el brillo apenado de una poeta sin tiempo.
Pilar nos dejó visiblemente huérfanos,
a los hijos de sangre de poemas herederos,
a los aprendices anónimos
que la tuvieron como ejemplo.
Fueron los años los que no quisieron-
-maldita la muerte en su condición-
dar más vida a la constancia sin lamentos,
a la madre, a la esposa, a la estudiosa de las letras
despedida del mundo entre miradas de algodón.
Más la muerte se equivocaba.
Su legado de palabras es su sello eterno.
Su sonrisa y prestancia: cicatrices de altos vuelos.
Su despedida es figurada
mientras las huellas de sus andanzas
queden marcadas en las retinas
de aquellos que la disfrutaron, sin reproches,
y que la admiran desde las obras que quedan.
Aún pasada la media noche,
la luna permanece en su universo,
La Dama de noche
Se fue
la Dama de noche.
Se fue
su perfume nocturno.
Se fue
sin cerrar la puerta,
sin
despedirse de cada uno.
Se fue
sin anunciarlo,
sin
llorar ni quejarse.
Se fue
sin hablar,
sin
apenas lamentarse.
Se fue
la mamá negra,
aquella
dueña de la noche
que
cubierta de velos de vergüenza,
vendía
asequible su cuerpo
para
colmar de harina blanca y trigo
los
apretones de sus hijos famélicos.
Se fueron
los besos castos del amor
a otra
esquina del universo.
Se fue
la Dama de noche:
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