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domingo, 26 de octubre de 2025

ANTONIO NÚÑEZ TORRESCUSA

 


El autor de los poemas Sorbo a sorbo y La vieja encina, nació en Puebla de Guzmán (Huelva) en 1947. Es maestro jubilado y reside en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).

Ha publicado el libro de poesía titulado En la plaza quieta, que obtuvo el VIII Premio de Poesía Infantil Luna de Aire que convoca el Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil (CEPLI) con el patrocinio del Vicerrectorado de Extensión Universitaria y Campus de Cuenca de la Universidad de Castilla-La Mancha, Entre la Puebla y la Mina, editado por Asociación Herrerías y Letras y números charlatanes, ganadora del Primer Certamen Internacional «Munipoesía» convocado por la Asociación de Amigos del Museo del Niño de Castilla-La Mancha “JUAN PERALTA”. Albacete.

Tiene sin publicar una obra bastante extensa, tanto de poemas infantiles, como para adultos.


SORBO A SORBO


Has bebido tu vida sorbo a sorbo,

con las manos abiertas, y los años

resultaron fugaces

hasta llegar aquí.

El néctar de tus horas consumiste,

a veces con placer, otras, confuso,

tratando de ignorar

reveses a tu paso.

Sabes que te dejaste en el camino

asuntos sin zanjar, copas a medias,

ciertos licores turbios

y deseos sin cumplir.

Cuando a la tarde ya le faltan horas,

la vuelta atrás sabes que no es posible,

que llega la penumbra,

que se acercan los fríos.

En esta tregua breve del camino

quisieras respirar estos aromas

que a tu paso percibes,

alargar los momentos.

La vida te fue bien cuando ella quiso,

y aceptas encontrar lo inevitable:

tu cosecha has sabido

recolectarla a tiempo.


LA VIEJA ENCINA


Está la vieja encina

sin protección del viento ni del frío,

del calor ni del polvo del verano,

ajena a las sequías

y a las impertinencias

de la lluvia inclemente.

Mantiene la alegría

de regalar su sombra al caminante,

de ofrecerle sus ramas a las aves

y a la luz que proclama

el final de la noche

en el campo dormido.

Pero también soporta

el alevoso ultraje de quien tira

con encono una piedra destructora

para coger sus frutos

o destrozar los nidos

que en su vientre cobija.

Anclada a la colina,

mira pasar el tiempo de los otros,

contempla indiferente el horizonte,

y, escéptica, en el fondo,

no renuncia a gozar

de una felicidad sin entusiasmo.

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