El autor de los poemas Sorbo a sorbo y La vieja encina, nació en Puebla de Guzmán (Huelva) en 1947. Es maestro jubilado y reside en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz).
Ha publicado el libro de poesía titulado En la plaza quieta, que obtuvo el VIII Premio de Poesía Infantil Luna de Aire que convoca el Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil (CEPLI) con el patrocinio del Vicerrectorado de Extensión Universitaria y Campus de Cuenca de la Universidad de Castilla-La Mancha, Entre la Puebla y la Mina, editado por Asociación Herrerías y Letras y números charlatanes, ganadora del Primer Certamen Internacional «Munipoesía» convocado por la Asociación de Amigos del Museo del Niño de Castilla-La Mancha “JUAN PERALTA”. Albacete.
Tiene sin publicar una obra bastante extensa, tanto de poemas infantiles, como para adultos.
SORBO A SORBO
Has bebido tu vida sorbo a sorbo,
con las manos abiertas, y los años
resultaron fugaces
hasta llegar aquí.
El néctar de tus horas consumiste,
a veces con placer, otras, confuso,
tratando de ignorar
reveses a tu paso.
Sabes que te dejaste en el camino
asuntos sin zanjar, copas a medias,
ciertos licores turbios
y deseos sin cumplir.
Cuando a la tarde ya le faltan horas,
la vuelta atrás sabes que no es posible,
que llega la penumbra,
que se acercan los fríos.
En esta tregua breve del camino
quisieras respirar estos aromas
que a tu paso percibes,
alargar los momentos.
La vida te fue bien cuando ella quiso,
y aceptas encontrar lo inevitable:
tu cosecha has sabido
recolectarla a tiempo.
LA VIEJA ENCINA
Está la vieja encina
sin protección del viento ni del frío,
del calor ni del polvo del verano,
ajena a las sequías
y a las impertinencias
de la lluvia inclemente.
Mantiene la alegría
de regalar su sombra al caminante,
de ofrecerle sus ramas a las aves
y a la luz que proclama
el final de la noche
en el campo dormido.
Pero también soporta
el alevoso ultraje de quien tira
con encono una piedra destructora
para coger sus frutos
o destrozar los nidos
que en su vientre cobija.
Anclada a la colina,
mira pasar el tiempo de los otros,
contempla indiferente el horizonte,
y, escéptica, en el fondo,
no renuncia a gozar
de una felicidad sin entusiasmo.
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