sábado, 22 de octubre de 2022

JUAN ANTONIO RODRÍGUEZ ASTORGA

 



Juan Antonio Rodríguez Astorga (Jara)

(Cádiz 4 de noviembre de 1961)

Su vocación poética la viene desarrollando desde que tiene uso de razón, amante de la mitología grecorromana, en muchos de sus versos se manifiesta con la técnica y la forja de Hefesto o Vulcano, o acordándose de los más débiles como su competidor Ares. Firme aliado de Prometeo, el defensor de los humanos —Si por él fuera, acabaría raudo con el águila que cada noche viene a comerle el hígado. Se ve como un Apolo gaditano, más bien dionisíaco, barroco y distraído y no olvida la fuerza inspiradora de Afrodita, que cada noche baila y se baña desnuda en albercas moras y playas tartésicas, dejando en su retina la poderosa huella y la expresión de la belleza.

Siente predilección por El Siglo de Oro español y se considera un romántico empedernido, plasmando estas devociones constantemente en sus creaciones. El poeta intenta expresar en cada verso lo que se gana y lo que se pierde en el juego arriesgado y hermoso de la vida, con potencia, pero sin verdades absolutas.

Es miembro del colectivo literario Tertulia Puerta a la Imaginación de Par en Par, Colaborador de la revista Desde mi azotea.

El pasado día 8 de febrero ingresó en el Ateneo de Cádiz con su discurso …¿Y tú me lo preguntas? Política eres tú (de poetas y política).

Ha sido finalista en el concurso internacional Constantí de relato corto (2020) por su obra La dama que costó un reino y ganador de este concurso en la convocatoria de 2021/22 por su obra Fábula de una migración.

Su poesía ha sido reunida por Silva Editorial en dos libros: Del amor y otras desdichas (2019) y Abordaje a la larga (2021). Guarda aún inéditas obras como La gaceta de lo imposible—narrativas, carnaval y canción— mientras su producción poética sigue creciendo.



LA RENTA

 

Ando buscando una renta,

que sembré en la orilla del mar en retroceso.

Busco esa ola que,

una vez besar tu playa,

huye de ti

y se lleva en la resaca un aliento

y el aroma sutil de tu abandono.

Sobre la arena húmeda

queda la tenue huella de tu pie,

casi inapreciable,

pues tu cuerpo corre ingrávido

tras el mar que se aleja

y funde en el horizonte de tu mirada.

La marea ladrona que bañó

alguna vez tu silueta y,

encaprichada,

se apropió de ella

vistiendo de tus colores sirenas de sal

—esas que con sus cantos

embaucan a los marineros—

y los lleva a morir

en un poema que declama

—con la vista perdida en el océano—

la diosa Gades.

 

 

 DE PINTURAS Y PINTORES

 

¿Se puede arder sin dejar cenizas?

Siento que la voz se me difumina

entre el azul tenebroso y los ocres

que luce inane, la baranda que delimita,

el grito sordo de Munch.

¿Se puede pisar sin dejar huella?

Mi memoria no persiste, se derrama

por la rama desnuda y aciaga,

acompañando en la caída

al reloj fluido de Dalí.

¿Se puede acuchillar sin derramar sangre?

A veces soy como el toro,

otras como el caballo herido,

y otras como el pájaro enjaulado,

o como la madre que llora la muerte

en la grisalla de Picasso.

Se puede llorar sin lágrimas,

se puede desdecir sin la palabra,

disfrutar de los placeres

aún sintiéndose culpable

cual El Bosco en El Jardín de las delicias.

Se puede huir de un monstruo negro,

—o fundirse con él y ser uno más—

entre los sueños febriles

del aquelarre de Goya.

Se puede ser todo eso

y morir sin haber vivido,

pero yo prefiero ser un Baco reluciente,

con la mirada fija y ardiente,

en el espejo en que se mira mi Venus

y pinta, celoso, Velázquez.

 

 


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