sábado, 22 de octubre de 2022

IGNACIO SANTOS CARRASCO

 



            En la “Isla de León”, al sur del Sur, entre marismas y sal se encuentran mis orígenes. El contacto con el mar,  la luz de la costa gaditana (San Fernando) han marcado mi forma de vida, la forma de interpretarla y de acercarme a la naturaleza. Y con ella el ser humano, su poliédrica forma de afrontar la realidad vital, sus emociones, frustraciones, debilidades… la búsqueda de la normalización de la singularidad que nos identifica a cada uno.

             Es de la mano de diversas tertulias literarias de la bahía de Cádiz: Tertulia Río Arillo, Ateneo Literario y Científico de Cádiz, Puerta Abierta a la Imaginación, Asociación Agajudo y Club de Letras de la Universidad de Cádiz (UCA), El Ventanal donde mi poesía va madurando.

             En sus respectivas publicaciones Pléyade, CLAC, Desde mi azotea, TELIA, Azahar, Speculum de la UCA… dejo testimonio de mi labor literaria. De igual modo en las antologías de encuentros literarios como: Poetas de Ahora, Ciudad de Cabra, Ciudad de Úbeda, Poetas de Sierra Morena o en el Blog de Club de Letras de la UCA.

                       Mis primeros poemarios “Desde mi interior” y “Con otros vientos”  aún sin editar, esperan durmientes su turno.  En diciembre de 2019 salió editada mi primera obra “Tras una mirada, Poemas visuales” en la que ofrecía una experiencia sensorial. Naturaleza, imagen y palabra en una sencilla y a la vez compleja combinación invitaba a encontrarse con uno mismo a través de la luz, el aire, el agua, el sonido y el silencio. Una lucha entre la vida orgánica y la sintética.

             Mi última obra “La alcoba del viento”  ha visto la luz este verano. Como la anterior editada por ExLibric, está disponible desde este agosto, y será presentada en el próximo otoño. En ella abordo un enfoque más personal e íntimo, un confidente tránsito por las emociones. Una travesía por el tiempo, la niñez, la memoria, el amor… que nos ayuda a traspasar las zonas umbrías de nuestro interior. Un enfoque más humano, acomodado a las circunstancias vitales que transitamos.

 



EL LÍMITE DEL EQUILIBRIO

 

Hay algo escabroso

en la mirada que el espejo revela

emite reflejos hasta hoy ignorados,

fisuras de las que antes

no había tenido conciencia.

Siente peligrar el equilibrio.

 

Su profundidad desencadena un conflicto

—honda huella, duda, quebranto—

herida que lacera.

Angostura de un cortejo

entre obtusos muros

cuya convergencia atosiga cuerpo y mente

en un tiempo que ya parece dilatado.

 

Huella sin registro aparente

ni dolencia manifiesta que la delate

más que la sombra de unos yos inexistentes

que le precipita a vacíos exasperantes.

De nada sirve cubrir el espejo

su mirada no queda mitigada

infiltrada lo penetra,

—coloniza, intriga—

haciéndole sucumbir en la hondura del silencio.

Marchito queda su regazo.

 

A cuántos ahogó.

Cuántos de su inquina fueron presos

cuántos se abandonaron a la deriva

por no hallar firme suelo o una mano tendida

al rescate de su estima.

Precipitados, cuántos perecieron,

entre tinieblas y espinas.



SECUENCIA DEL OLVIDO

 

Como cada domingo

me dispongo a apoderarme de la calle

ausente del vértigo cotidiano,

sobre la desnuda negrura del asfalto

—en tranquilo deambular—

me dirijo al rastro.

Atraído por el colapso de vidas segadas

por las garras del tiempo,

la esquiva fortuna,

o la frialdad de vínculos en liquidación de afectos.

 

Me enredo descifrando el laberinto de vidas rotas,

ensimismado en la cascada de objetos

—encadenada secuencia—

tal como una geometría de fractales.

Cada puesto un relato quebrado,

un fotograma de vidas deshilachadas

que destilan fragmentos craquelados

en cíclica repetición.

Cansado de oscilar el péndulo del reloj

se citó con el retiro.

El cuco -ya sin energía- quebró su canto.

La vajilla mudó su distinguido reflejo

por la opacidad del polvo.

Los cubiertos matizaron su argéntico brillo

por un pavonado silente.

Con difuminados ocres la cristalería

—huérfana—

se afana en establecer nuevos vínculos.

Me estremezco.

Los surcos cavilosos de mi frente

delatan mi consternación

por tantas historias asomadas al olvido.


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