viernes, 11 de octubre de 2019

JOSÉ MANUEL ALFARO



Supongo que después de tantos encuentros como llevamos, la gran mayoría al menos, les sonarán que nací en Tarifa pero resido en San Fernando desde hace muchos años.

También, puede ser que les suene que fui maestro de educación especial y me jubilé de la enseñanza para continuar -por “imperativo de la vida seguramente”- mi labor cultural y educativa por el camino de la literatura, y que participé, y participo, de eventos relacionados.

Quizás y así mismo recuerden que me centré en la escritura y la lectura, los relatos, los artículos, los ensayos, los aforismos, y como no, la poesía. Sí, la poesía. Ese concepto pleno de contenido que muchas veces no se sabe para que sirve, salvo para desenmascarar el contenido de nuestras entrañas y darlo a conocer para sentirnos queridos, o recordados o sencillamente libres del “peso” de la vida; pero que en realidad constituye per se un instrumento extraordinario para mantener en forma el intelecto y en paz el espíritu de los que la consumen.

Pero lo que seguro que no saben es cual fue la semilla originaria.

Un tío mío de Huelva apasionado de Juan Ramón J. y Zenobia C. responsable del hermanamiento entre Moguer y Malgrat del Mar y muy religioso él, me respondió a un epistolario que le envié con las siguientes palabras: “Querido José Manuel: gracias por tus escritos. Con todo mi afecto y cariño te aconsejo que no “entierres” tus talentos, según nos aconseja el Evangelio. Véncete a ti mismo, escribe y lucha. Un abraco del tío Rafael.” A los pocos años, murió.

Desde entonces “he parido” cuatro libros incluyendo el último, aún por presentar. Dicho sea “Poemas entre ventanas y una carta inesperada”.

No enterré “mis talentos”, sencillamente me dediqué a escarbar y afloró lo aprovechable.



ELEGÍA A PILAR PAZ PASAMAR

Pasada la media noche de un día de septiembre,
con la luna recostada y el aire soñoliento,
vuelven mis recuerdos al pasado luctuoso
e imagino en el centelleo nocturno del cielo,
el brillo apenado de una poeta sin tiempo.
Pilar nos dejó visiblemente huérfanos,
a los hijos de sangre de poemas herederos,
a los aprendices anónimos
que la tuvieron como ejemplo.
Fueron los años los que no quisieron-
-maldita la muerte en su condición-
dar más vida a la constancia sin lamentos,
a la madre, a la esposa, a la estudiosa de las letras
despedida del mundo entre miradas de algodón.
Más la muerte se equivocaba.
Su legado de palabras es su sello eterno.
Su sonrisa y prestancia: cicatrices de altos vuelos.
Su despedida es figurada
mientras las huellas de sus andanzas
queden marcadas en las retinas
de aquellos que la disfrutaron, sin reproches,
y que la admiran desde las obras que quedan.
Aún pasada la media noche,
la luna permanece en su universo,

el tiempo cae rendido ante la ausencia.



La Dama de noche

Se fue la Dama de noche.
Se fue su perfume nocturno.
Se fue sin cerrar la puerta,
sin despedirse de cada uno.
Se fue sin anunciarlo,
sin llorar ni quejarse.
Se fue sin hablar,
sin apenas lamentarse.
Se fue la mamá negra,
aquella dueña de la noche
que cubierta de velos de vergüenza,
vendía asequible su cuerpo
para colmar de harina blanca y trigo
los apretones de sus hijos famélicos.
Se fueron los besos castos del amor
a otra esquina del universo.
Se fue la Dama de noche:
una mujer de olor a incienso.


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